diferentes momentos de los años en Caracas |
Después de tres años casi idílicos y plenamente consolidados como
familia decidimos que había llegado el momento de que Nerea y yo saliéramos
al mundo. Había llegado la hora de dejar
la seguridad y comodidad del hogar, la niña empezaría el preescolar y yo saldría a trabajar. Quiero
resaltar que en nuestra casa vivíamos en una total y absoluta democracia donde
las decisiones siempre se tomaban entre los tres, todo se planteaba, se
discutía, se conversaba y después se tomaba la decisión, desde la actividad a
realizar el fin de semana, hasta la forma en que íbamos a encarar este cambio
en nuestra vida.
Durante el tiempo que pase en la casa y dadas las lecturas sobre
educación infantil que leía continuamente decidí canalizar este nuevo interés y
estudiar Educación Preescolar a distancia. Chicho y Nerea me llevaban a presentar los exámenes, ellos aprovechaban
estas horas sin mí para pasear, ir a parques
o al cine. Esto lo sacó a relucir por que fue importante en la forma en
que se desarrollaron los acontecimientos posteriores.
Cuando corrí la voz de que buscaba trabajo me ofrecieron, gracias a
mis estudios (5 semestres) en preescolar y mi licenciatura en sociología, la dirección de un
preescolar en la Fundación del Niño. Txus y yo consideramos que esto permitiría
una separación gradual entre Nerea y yo. Él que fue un niño traumatizado por
rupturas abruptas quería que la niña
transitara por los cambios obligatorios de la vida con el menor trauma posible. Empecé a trabajar y Txus se quedó la primera
semana en la casa atendiendo a la
niña. Como siempre pensaba en lo mejor
para las dos y consideraba conveniente que en mi primera semana de adaptación
al trabajo la niña no asistiera conmigo al preescolar.
Un lunes de septiembre Txus nos dejó en el preescolar, pero Nerea, a pesar de habérsele explicado la situación, no entendía por qué su mamá ya no se dedicaba a ella exclusivamente. Fue duro para los tres. Nerea llegaba a la casa con los ojitos hinchados de llorar y Txus desolado la consolaba y le explicaba. Después que Nerea se dormía me consolaba a mí que lloraba pensando que la relación que había construido con mi hija se podía ver afectada por las circunstancias. Pero el dialogo, el respeto por las emociones y las decisiones que se habían instaurado en nuestra vida familiar rindió sus frutos y después de 5 días de lágrimas le brindamos a Nerea la posibilidad de elegir, entre permanecer conmigo en el preescolar o asistir a otro preescolar. La niña nos miró seriamente y nos dijo que lo iba a pensar. El domingo en la tarde regresando en el carro de visitar a su prima, la niña mirando por la ventana nos dijo que había tomado una decisión: “Mami ya lo pensé, me quedo contigo en el preescolar y no te voy a molestar, te voy a dejar trabajar”. Txus y yo nos miramos de soslayo y con una sonrisa en el rostro le dijimos que nos parecía la mejor decisión.
Un lunes de septiembre Txus nos dejó en el preescolar, pero Nerea, a pesar de habérsele explicado la situación, no entendía por qué su mamá ya no se dedicaba a ella exclusivamente. Fue duro para los tres. Nerea llegaba a la casa con los ojitos hinchados de llorar y Txus desolado la consolaba y le explicaba. Después que Nerea se dormía me consolaba a mí que lloraba pensando que la relación que había construido con mi hija se podía ver afectada por las circunstancias. Pero el dialogo, el respeto por las emociones y las decisiones que se habían instaurado en nuestra vida familiar rindió sus frutos y después de 5 días de lágrimas le brindamos a Nerea la posibilidad de elegir, entre permanecer conmigo en el preescolar o asistir a otro preescolar. La niña nos miró seriamente y nos dijo que lo iba a pensar. El domingo en la tarde regresando en el carro de visitar a su prima, la niña mirando por la ventana nos dijo que había tomado una decisión: “Mami ya lo pensé, me quedo contigo en el preescolar y no te voy a molestar, te voy a dejar trabajar”. Txus y yo nos miramos de soslayo y con una sonrisa en el rostro le dijimos que nos parecía la mejor decisión.
Chicho y Nerea con tres años |
Txus se sintió siempre orgulloso de la asertividad de Nerea, de como
conocía sus derechos y los defendía, pero siempre respetando y considerando a
los demás, siempre pensó que si algo habíamos hecho muy bien fue educar a
nuestra hija. Cuando la niña se revelaba frente a algo injusto se llenaba de
orgullo. Aun muy pequeñita, si le decíamos que dejará de hablar un segundo, nos decía con
su media lengua, “la libertad de expresión es uno de mis derechos humanos” o
“te obedezco porque eres mi mamá y tengo que obedecerte, pero que conste que
no estoy de acuerdo”. Frente a
actuaciones como esta Txus siempre sonreía con satisfacción Recuerdo
como se emocionó una tarde que lo acompañamos a un foro sobre el derecho de los
pueblos indígenas, Nerea ya estaba en primer grado, y mientras el papá hablaba
y los líderes indígenas narraban su situación, la niña con lágrimas en los
ojos, tomaba apuntes. Al llegar a casa
le preguntamos qué había escrito y ella nos leyó una breve y sentida
disertación que decía algo así: "No entiendo por qué hay personas que son
tratadas mal por ser diferentes, todos somos iguales, todos tenemos
derechos…” Txus se emocionó casi hasta
las lágrimas.
Nunca en toda su vida la regaño o le habló duramente. Solo una vez le
hablo seriamente, después que por segunda vez le había roto los lentes o gafas como él las llamaba, y sus palabras
textuales fueron “mi linda tienes que tener más cuidado” Nerea sorprendida
lloró un largo rato mientras él la consolaba.
El 27 de febrero de 1989, Txus nos fue a buscar al preescolar como
todos los días, el tráfico era insoportable, la ciudad parecía un gran
estacionamiento. A unas cuadras de la casa decidimos aparcar el carro y
caminar, llevábamos horas en la cola. Txus lo buscó en la noche cuando el
tráfico había bajado. Al día siguiente nos vestimos y nos fuimos al preescolar,
al salir de la casa no dábamos crédito a lo que veíamos, la ciudad estaba
irreconocible, basura en la calle, santamarias rotas y abiertas a la fuerza, en
la medida que subíamos por Sarria (zona popular de Caracas) el espectáculo era
más y más desolador, no se veía la gente que pulula por Caracas desde tempranas
horas de la mañana, solo se veían tanquetas y guardias nacionales. Al llegar al
preescolar solo estaba la señora de la limpieza y la ayudante de la cocina. Ellas
nos informaron lo que se había vivido en los barrios, saqueos, tiros, desastre, muertos y heridos. Txus, que no se atrevió a dejarnos solas frente a la inminente
anormalidad que se estaba viviendo, nos
señaló que regresáramos a la casa inmediatamente y después de hacer un cartel
informando de la suspensión de actividades nos fuimos a la casa, comprando en
el camino la prensa y prendiendo la televisión al entrar a la casa. Anonadados
frente a las imágenes de una Venezuela desconocida y con temor a lo que pudiera
ocurrir, pasamos un día aciago, sin imaginarnos siquiera que este día marcaría
el futuro del país y que la Venezuela querida,
la Venezuela de nuestras referencias
estaba a punto de agonizar.
Después de días de zozobra y escasez, poco a poco se fue retomando a
una supuesta normalidad.
Pasaron los años y el Caracazo fue quedando en un
triste recuerdo que enluto a muchas familias venezolanas. Nerea terminó el
preescolar, Txus se jubiló del ministerio y yo trabajaba en la sede de la
fundación del niño, con el equipo técnico de preescolar. Asistíamos a los
museos todos los sábados, donde Nerea recibía clase de pintura en la Galería de
Arte Nacional y después retozábamos en el parque Los Caobos o veíamos al extraordinario titiritero "El Zapato Andariego". Llevamos por
primera vez a Nerea a un concierto al cumplir los 6 años (edad mínima permitida
para entrar) y elegimos para su estreno en el mundo musical el concierto para violín de Tchaikovsky, melodía que la había acompañado desde que
estaba en la barriga y que ella tarareo, para asombro de los compañeros de
asiento, desde el inicio hasta el final. Siempre nos dabamos como primer regalo de navidad ir a ver el Cascanueces en el Teresa Carreño,
salíamos a comer, asistíamos a fiestas de cumpleaños, teatro, títeres en fin
hacíamos lo que toda familia con niños pequeños hace.
el Museo de Bellas Artes y la Galería de Arte Nacional era nuestra nuestro espacio los sábados |
Después de la jubilación de
Txus decidimos hacer un viaje. Mientras Nerea fue pequeña, las vacaciones las
pasamos en el país, la playa, la montaña, la casa de los abuelos. Pero ya había
llegado el momento de que la familia de Txus conociera a la niña. Txus había
viajado casi todos los años por compromisos con Amnistía Internacional, pero
Nerea y yo no lo habíamos acompañado. La
familia Dolara quedo encantada con la niña y Nerea se encantó con la familia y
con Madrid, aún recuerdo como una mañana caminando al Museo del Prado me dijo:
“esta ciudad me encanta y algún día voy a vivir aquí” y con el paso del tiempo
este deseo se hizo realidad.
De regreso a Venezuela
seguimos con nuestra vida, solo una vez nuestra alegría se vio opacada. Nerea se enfermó y su
pediatra no tenía un diagnóstico claro, resulto ser Brucelosis, extraña
enfermedad que adquirió por comer queso de cabra. Antes del diagnóstico vivimos
momentos horribles, Txus y yo nos turnábamos en el baño para llorar. Los
fantasmas de Txus de sus terribles perdidas afloraron en este momento, vivió
días de angustia. Nosotras éramos lo más importante para él y cualquier cosa
que nos pasará o pudiera pasarnos lo sumergía en la ansiedad. Superado este
impase todo volvió a la normalidad.
En la tarde del 3 de febrero
de 1992, Txus se fue a Londres a una reunión de un comité de Amnistía
Internacional del cual era miembro. Esa
noche, mientras dormíamos profundamente en mi cuarto, me despertó el teléfono, asustada corrí a
atenderlo, pensando en una mala noticia, me llamaba una amiga para decirme que
había un golpe de estado, prendí la televisión y vi el desarrollo de los acontecimientos
en vivo y directo, primero la tanqueta tratando de romper el portón de entrada
de Miraflores, después al Ministro Peñalver, casi llorando, explicar al país lo
que estaba pasando, posteriormente al Ministro de defensa Ochoa Antich, con su
uniforme y condecoraciones, diciendo al país que los militares eran
constitucionalista y que no apoyarían este golpe de estado, por ultimo al
presidente Carlos Andrés Pérez diciendo que el golpe había sido controlado y
que llamaba a no salir a la calle y a mantener la calma y la fatídicos 5 minutos de fama, con el famoso "por Ahora", que catapulto a Chavez al poder, Mientras iban pasando
todas estas cosas el teléfono no paraba de sonar, todos me llamaban preocupados
porque sabían que Txus no estaba y yo preocupadisima por la reacción que
tendría Txus al bajarse del avión y enterarse de la noticia. Me pasaron mil
ideas por mi mente desde que no lo dejarían regresar, hasta irme a cualquier
embajada con Nerea y pedir asilo, en fin cualquier idea de las que te asaltan
cuando sientes que tu mundo empieza a derrumbarse. En la mañana Nerea se
levantó y fue a la sala me encontró sentada frente al televisor, Me pregunto
¿mami, no vamos a ir al colegio? Y yo le dije no cariño, acaban de darle un
golpe al presidente. Ella no entendía que un simple golpe o puñetazo fuera tan
grave como para no tener clases, ni trabajo. A media mañana ya habíamos hablado
con Txus y lo habíamos tranquilizado, le dije que fuera a su reunión, que todo
estaba controlado y que todo el mundo me había llamado para brindarme su apoyo.
El decidió hacerme caso a regañadientes. En la tele anunciaron que iba a salir una
edición especial del Diario de Caracas con todas las incidencias del golpe de
estado, sabiendo lo importante que era para Txus contar con esta memoria
impresa le dije a Nerea: ”voy a salir a comprarle el periódico al Chicho,
quédate aquí tranquilita, que yo voy y vengo rápido”
Ella mirándome con su carita ingenua me dijo: “yo voy contigo mami, si
nos morimos, nos morimos juntas”, nos vestimos y salimos tomadas de la mano y
corriendo a comprar la prensa.
Lugar donde Nerea se contamino de Brucelosis |
Pasamos días duros, llenos de
incertidumbres y rumores, cuando Txus regresó las cosas se habían calmado un
poco, pero desde ese momento ambos estábamos conscientes de la fragilidad de la
democracia y de las instituciones en Venezuela. Lo que más nos asombraba a
ambos y que hablábamos con amigos y conocidos era las simpatías que dentro del
país había tenido esta intentona de tomar el poder por la fuerza. Txus no se
explicaba y nunca se explicó como una gran parte de la población del país se
sintió fascinada por un militar que para él representaba el fascismo y el volver
al viejo caudillismo que tanto daño había hecho y que creía superado. Era incomprensible que la gente
pusiera sus esperanzas en un hombre que quería tomar el poder a la fuerza y abandonar los 40 años de democracia que tanto nos
había costado lograr. Mucho se habló en la casa de ese misterioso encantamiento
que produjo el golpista en la población, no nos explicábamos como lo que nos producía
aversión y un total y profundo rechazo llegaba a fascinar hasta amigos
cercanos. Este desacuerdo encerraba diferencias profundas de valores y
principios y poco a poco nos sentimos como escindidos, ajenos a un país que
resultaba un perfecto desconocido. Pero con los meses las cosas se fueron
calmando y retomamos nuevamente la rutina, pero no por mucho tiempo.
El 27 de noviembre me levante
a la hora de costumbre a preparar el desayuno y el almuerzo para Nerea y de
repente empecé a oír gritos de “Viva Chávez”, me asome al balcón, apenas la luz
del alba asomaba en el cielo caraqueño. Cada vez más voces se sumaban al mismo
grito. Inmediatamente prendí la televisión y vi a dos tipos hablando de la
revolución y llamando a la gente a salir a la calle con lo que tuvieran a su
alcance, piedras, palos lo que fuera, fui al cuarto y desperté a Txus, se levantó
tambaleante por el impacto y se sentó libido a ver la televisión. Contemplaba
las imágenes y oía esos discursos altisonantes, mudo y con una profunda tristeza. Nerea se había
despertado y ya estaba con nosotros en la sala. De repente empezamos a oír el
ruido de los aviones que sobrevolaban Caracas, las copas titilaban y los
ventanales trepidaban de tal forma que parecía que se venían abajo. Txus estaba
pálido, siempre imagine que las imágenes del bombardeo vinieron a su mente y
que en segundos revivió todo su horrible pasado, al ver su cara, tome su mano y
le dije bajito “tienes que calmarte, estas asustando a la niña”, solo esas
palabras bastaron para sacarlo del trance y haciendo esfuerzos trato de
aparentar normalidad. El día siguió entre el repicar del teléfono, el sonido de
los aviones y ráfagas o disparos aislados que se escuchaban en la lejanía. Cuando
ya estuvo abortado el segundo intento de golpe de estado nos sentimos aliviados
pero en ese momento empezamos a pensar que Caracas ya no era un lugar tranquilo
para vivir.
La idea de mudarnos al
interior ya la habíamos pensado. De lunes a viernes solo nos veíamos al
despertarnos y en la tarde cuando Txus buscaba a Nerea y yo llegaba del trabajo. La niña
estaba creciendo, queríamos tener una vida familiar más plena, no solo de fin
de semana y vacaciones. Queríamos que Nerea disfrutara de la familia amplia y queríamos
tener una casa con jardín y un perro. Estos deseos unidos a lo que habíamos vivido
en Caracas en los últimos años fueron determinantes para que en las próximas vacaciones
empezáramos a ver casas en Acarigua donde vivían mis padres y así fue como en
octubre de 1994 con un camión de mudanza lleno de libros nos mudamos a lo que
Txus consideró siempre su hogar. Muchas veces me dijo que hasta que nos tuvo a
nosotras había ocupado solo viviendas, casas y que si bien en Sans Souci había empezado a sentir seguridad y calma,
solo en nuestro hogar de Acarigua había sentido esa sensación de nido cálido, acogedor
que lo protegía de todo y lo mantenía a salvo de cualquier amenaza.
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