jueves, 7 de abril de 2016

El arrullo de la felicidad


El 25 de enero de 1984, a las 11:35 pm,  nació en Caracas nuestra niña. En la espera acompañaban a Txus mi mamá y su mejor amigo. Mi mamá me comentaba conmovida como al verla por primera Txus lloraba emocionado y como miraba extasiado ese pequeño y perfecto ser humano que  era su hija.  
El nacimiento de Nerea conmocionó nuestra vida. Solo mirarla, ver su carita, sus pequeñas manos perfectas, sus pies… pasábamos horas contemplándola,  tumbados en la cama con la niña entre nosotros, viéndola extasiados.
Txus fue  un padre extraordinario.  Desde el primer día asumió su paternidad con auténtica vocación, era como si hubiera nacido para cuidar y proteger esa pequeña criatura. Cambiaba los pañales, cargaba a la niña, la consolaba,  la arrullaba, le tarareaba, la paseaba y siempre hablándole con una voz queda, despacito, diciéndole lo maravillosa que era, lo feliz que nos hacía que fuera nuestra hija, le inventaba cuentos, le contaba nuestro día a día.  Le hablaba de nosotros de lo que haríamos juntos… soliloquios continuos que pronto se convirtieron en el arrullo de nuestra casa. No importaba la hora si la niña lloraba se levantaba solícito, y con esa paciencia infinita que siempre lo caracterizó, la paseaba  hablándole hasta que por arte de magia la niña se calmaba.
Chicho y Nerea descansando
Esa compenetración entre él y su hija fue siempre así. A lo largo de su infancia, en las noches que asaltaban por sorpresa el  miedo o los malos sueños, se oía la voz de Nerea que llamaba “Chicho” y él presuroso iba a su cuarto, la cargaba y le hablaba, siempre sonriente y siempre mirándola con ese amor infinito que le profesaba.  Cuando esto no lograba calmar el miedo se venían a la cama. Ahí, abrazada por mí, apretando la  mano de su papá, que ya había empezado a contar una de sus maravillosas historias se quedaba dormida.
Antes de nacer la niña habíamos  tomado la decisión de que yo la cuidaría, que me quedaría en la casa al menos los primeros años y así lo hicimos. Todas las tardes montaba a Nerea en el cochecito y nos enfilábamos, paseando por el Boulevard de Sabana Grande, hasta la estación del metro de la Plaza Venezuela, ahí esperábamos a Txus  regresábamos a la casa, donde juntos bañábamos a la niña, después de darle de comer, Txus la llevaba a nuestro cuarto y le leía cuentos, a veces, cuando no escuchaba su voz, iba despacito y los encontraba profundamente dormidos.
Los fines de semana, para que yo descansará del cuidado de la niña, la sacaba a pasear o a un parque. Él siempre fue empático y esa capacidad para  ponerse en el lugar del otro fue lo que lo hacía un luchador incansable por los derechos de los demás. Y por los Derechos de los demás seguía luchando desde la sala de nuestra casa, donde una vez a la semana asistían los miembros del grupo de Amnistía Internacional a continuar su trabajo. Txus comentaba que Nerea era el miembro más joven a nivel mundial pues  asistía regularmente a todas las reuniones.
Una cosa que amaba era despertarse con los sonidos, gorgoritos  y modulaciones de Nerea que desde su cuarto nos avisaba con insistencia que ya se había despertado. Abríamos los ojos y nos mirábamos con una sonrisa, me recostaba en su pecho y nos deleitábamos con los acordes in crescendo que salían del cuarto de al lado, cuando aumentaba considerablemente el volumen era señal de que había que ir a buscarla, siempre al llegar al cuarto  la saludamos con una sonrisa y unos buenos días y ella nos recibía  moviendo sus bracitos y piernas y mirándonos con sus ojitos alegres. La cargábamos y pasábamos un largo rato los tres en la cama, jugando. Aun en los días de trabajo esta rutina era obligatoria. Los fines de semana, me levantaba a preparar el desayuno y los dejaba solos para que disfrutaran el uno del otro, yo escuchaba desde la cocina los soliloquios de Txus y las risas y gorjeos de la niña. Después con mi canción del fin de semana llegaba con el desayuno, cuando Nerea empezó a caminar la llamaba para ir las dos a llevarle el desayuno al Chicho. Nerea nunca lo llamo de otra forma, para ella era el Chicho y a Txus le encantaba que sus dos amores lo llamaran de esa forma peculiar.
Nerea y Txus 
Después de desayunar poníamos música y leíamos el periódico en la cama y Nere se acostaba o sentaba entre nosotros con alguno de los cuentos que le había comprado el papá. Tenía cuentos hasta para bañarse, cuentos acolchados y plásticos que se llevaba a la boca o sumergía en la bañera, y así los tres leyendo o mirando las imágenes pasábamos un largo rato.
Después nos íbamos a un parque o a cualquier lugar donde hicieran alguna actividad infantil. La Caracas de esa época era esplendida en lugares donde llevar a los niños, había títeres, conciertos, teatro infantil…  Uno de los parques que más nos gustaba era el parque Caricuao y sus animales. La cara de la niña al ver los monos, los flamencos, los pavos reales deambulando cerca de ella era un espectáculo y Txus hablándole de cada animal también.
Diferente momentos de Nerea y Chicho
En el carro siempre cantábamos. Cantaba yo a todo gañote y posteriormente Nerea y yo. Txus que como ya dije tenía una voz horrible solo nos deleitaba con una canción que le pedíamos siempre “Ya se murió el burro,que cargaba la vinagre…” y le salía bastante bien.
En la casa mientras esperábamos que Txus llegará del trabajo Nere y yo establecimos una rutina imperturbable. Después  de despedirlo con un beso en la puerta y decirle adiós desde la ventana del cuarto. Nerea se acostaba o sentaba a jugar, después  hacia una breve siesta, al despertarse salíamos las dos a pasear por el Boulevard y a comprar en el  Central Madeirence. Regresábamos y preparaba el almuerzo, desde siempre Nerea me acompañaba y mientras lo preparaba hablaba con ella, le explicaba lo que hacía y le nombraba todas las cosas. Mucho antes del año Nerea tenía un vocabulario muy amplio para su edad, creo que el tener unos padres habladores la ayudo a consolidar su vocabulario. Todo se le explicaba, todo se le preguntaba y mucho antes de cumplir el año dejaba boquiabiertas a las señoras que estaban haciendo sus compras al responder con precisión a mi pregunta ¿Qué quieres comer? Y me señalaba con su media lengua el listado de alimentos. Tendría unos 7 o 8 meses cuando su papá fue de viaje a un congreso de AI y fuimos al aeropuerto a despedirlo. Cuando la gente le preguntaba Nerea ¿Dónde está tu papa?  Ella respondía “avión, rrrrrrrrrrrrrrr y levantando su manita decía Chao, chao” todo el mundo se quedaba admirado y por supuesto Txus orgulloso no cabía dentro de él. Pero volvamos a la rutina después de comer y hacer una siesta más larga, se levantaba y se sentaba a la mesa a hacer “actividades”. Txus le había traído unos libros de preescolar y ella quería trabajar, hojearlos o dibujar todas las tardes, después nos vestíamos y salíamos a buscar a Txus hasta la estación de la plaza Venezuela.
En esta rutina transcurrieron los primeros tres años de la vida como familia. En la medida que Nerea iba creciendo las actividades con su papá se hacían más sofisticadas, salían a pasear solos, al cine, al teatro o alguna librería  y llegaban contándome en detalle lo que  habían hecho o lo que habían visto, o mostrándome entusiasmados el nuevo libro.  Todas las tardes se sentaban a ver y comentar He-man, Thoundercats y los Picapiedras y después,  mientras yo preparaba la cena, jugaban  con los muñecos de He-man (Nerea los tenía casi todos) armaban auténticas batallas y luchas en nuestra cama. Después de cenar todos juntos (Nerea desde que nació nos acompañaba a la mesa, primero en el cochecito y después en una sillita alta de bebe) y tener una sobre mesa larga nos preparábamos para dormir. Txus y Nerea se iban con algún cuento a nuestro cuarto, y Txus le leía hasta que caía rendida, la cargaba y llevaba a su cuarto. Así día tras día, año tras año. Hasta que llegó el momento de ir al preescolar.
He-Man
Thundercats
Esos primeros tres años de la vida familiar y en general todo el tiempo que vivimos en Sans Souci eran considerados por Txus momentos entrañables y totalmente dichosos. Momentos de alegría, momentos en que la felicidad se acurraba a nuestro lado, en nuestra cama y se dejaba dormir con el arrullo de nuestras conversaciones o el relato nocturno del cuento preferido y la dicha era tan palpable que cuando le preguntaban a Nerea si quería un hermanito ella respondía  mirándonos a los dos “No, somos felices los tres”.  Fueron años lúdicos, hedonistas, años en que Txus, de la mano de su hija,  recuperó  su infancia robada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario