El 25 de enero de 1984, a las 11:35 pm, nació en Caracas nuestra niña. En la espera acompañaban a Txus mi mamá y su mejor amigo. Mi mamá me comentaba conmovida como al verla por primera Txus lloraba emocionado y como miraba extasiado ese pequeño y perfecto ser humano que era su hija.
El nacimiento de Nerea conmocionó nuestra vida. Solo mirarla, ver su
carita, sus pequeñas manos perfectas, sus pies… pasábamos horas
contemplándola, tumbados en la cama con
la niña entre nosotros, viéndola extasiados.
Txus fue un padre
extraordinario. Desde el primer día
asumió su paternidad con auténtica vocación, era como si hubiera nacido para
cuidar y proteger esa pequeña criatura. Cambiaba los pañales, cargaba a la
niña, la consolaba, la arrullaba, le
tarareaba, la paseaba y siempre hablándole con una voz queda, despacito,
diciéndole lo maravillosa que era, lo feliz que nos hacía que fuera nuestra
hija, le inventaba cuentos, le contaba nuestro día a día. Le hablaba de nosotros de lo que haríamos
juntos… soliloquios continuos que pronto se convirtieron en el arrullo de
nuestra casa. No importaba la hora si la niña lloraba se levantaba solícito, y
con esa paciencia infinita que siempre lo caracterizó, la paseaba hablándole hasta que por arte de magia la
niña se calmaba.
Chicho y Nerea descansando |
Esa compenetración entre él y su hija fue siempre así. A lo largo de
su infancia, en las noches que asaltaban por sorpresa el miedo o los malos sueños, se oía la voz de
Nerea que llamaba “Chicho” y él presuroso iba a su cuarto, la cargaba y le
hablaba, siempre sonriente y siempre mirándola con ese amor infinito que le profesaba. Cuando esto no lograba calmar el miedo se
venían a la cama. Ahí, abrazada por mí, apretando la mano de su papá, que ya había empezado a
contar una de sus maravillosas historias se quedaba dormida.
Antes de nacer la niña habíamos
tomado la decisión de que yo la cuidaría, que me quedaría en la casa al
menos los primeros años y así lo hicimos. Todas las tardes montaba a Nerea en
el cochecito y nos enfilábamos, paseando por el Boulevard de Sabana Grande,
hasta la estación del metro de la Plaza Venezuela, ahí esperábamos a Txus regresábamos a la casa, donde juntos bañábamos
a la niña, después de darle de comer, Txus la llevaba a nuestro cuarto y le
leía cuentos, a veces, cuando no escuchaba su voz, iba despacito y los
encontraba profundamente dormidos.
Los fines de semana, para que yo descansará del cuidado de la niña, la
sacaba a pasear o a un parque. Él siempre fue empático y esa capacidad
para ponerse en el lugar del otro fue lo
que lo hacía un luchador incansable por los derechos de los demás. Y por los
Derechos de los demás seguía luchando desde la sala de nuestra casa, donde una
vez a la semana asistían los miembros del grupo de Amnistía Internacional a
continuar su trabajo. Txus comentaba que Nerea era el miembro más joven a nivel
mundial pues asistía regularmente a
todas las reuniones.
Una cosa que amaba era despertarse con los sonidos, gorgoritos y modulaciones de Nerea que desde su cuarto
nos avisaba con insistencia que ya se había despertado. Abríamos los ojos y nos
mirábamos con una sonrisa, me recostaba en su pecho y nos deleitábamos con los
acordes in crescendo que salían del cuarto de al lado, cuando aumentaba
considerablemente el volumen era señal de que había que ir a buscarla, siempre
al llegar al cuarto la saludamos con una
sonrisa y unos buenos días y ella nos recibía moviendo sus bracitos y piernas y mirándonos con
sus ojitos alegres. La cargábamos y pasábamos un largo rato los tres en la
cama, jugando. Aun en los días de trabajo esta rutina era obligatoria. Los fines
de semana, me levantaba a preparar el desayuno y los dejaba solos para que
disfrutaran el uno del otro, yo escuchaba desde la cocina los soliloquios de
Txus y las risas y gorjeos de la niña. Después con mi canción del fin de semana
llegaba con el desayuno, cuando Nerea empezó a caminar la llamaba para ir las
dos a llevarle el desayuno al Chicho. Nerea nunca lo llamo de otra forma, para
ella era el Chicho y a Txus le encantaba que sus dos amores lo llamaran de esa
forma peculiar.
Nerea y Txus |
Después de desayunar poníamos música y leíamos el periódico en la cama
y Nere se acostaba o sentaba entre nosotros con alguno de los cuentos que le había
comprado el papá. Tenía cuentos hasta para bañarse, cuentos acolchados y plásticos
que se llevaba a la boca o sumergía en la bañera, y así los tres leyendo o
mirando las imágenes pasábamos un largo rato.
Después nos íbamos a un parque o a cualquier lugar donde hicieran
alguna actividad infantil. La Caracas de esa época era esplendida en lugares
donde llevar a los niños, había títeres, conciertos, teatro infantil… Uno de los parques que más nos gustaba era el
parque Caricuao y sus animales. La cara de la niña al ver los monos, los
flamencos, los pavos reales deambulando cerca de ella era un espectáculo y Txus
hablándole de cada animal también.
Diferente momentos de Nerea y Chicho |
En el carro siempre cantábamos. Cantaba yo a todo gañote y
posteriormente Nerea y yo. Txus que como ya dije tenía una voz horrible solo
nos deleitaba con una canción que le pedíamos siempre “Ya se murió el burro,que cargaba la vinagre…” y le salía bastante bien.
En la casa mientras esperábamos que Txus llegará del trabajo Nere y yo
establecimos una rutina imperturbable. Después de despedirlo con un beso en la puerta y
decirle adiós desde la ventana del cuarto. Nerea se acostaba o sentaba a jugar,
después hacia una breve siesta, al
despertarse salíamos las dos a pasear por el Boulevard y a comprar en el Central Madeirence. Regresábamos y preparaba
el almuerzo, desde siempre Nerea me acompañaba y mientras lo preparaba hablaba
con ella, le explicaba lo que hacía y le nombraba todas las cosas. Mucho antes
del año Nerea tenía un vocabulario muy amplio para su edad, creo que el tener
unos padres habladores la ayudo a consolidar su vocabulario. Todo se le
explicaba, todo se le preguntaba y mucho antes de cumplir el año dejaba
boquiabiertas a las señoras que estaban haciendo sus compras al responder con
precisión a mi pregunta ¿Qué quieres comer? Y me señalaba con su media lengua
el listado de alimentos. Tendría unos 7 o 8 meses cuando su papá fue de viaje a
un congreso de AI y fuimos al aeropuerto a despedirlo. Cuando la gente le
preguntaba Nerea ¿Dónde está tu papa? Ella
respondía “avión, rrrrrrrrrrrrrrr y
levantando su manita decía Chao, chao” todo el mundo se quedaba admirado y por
supuesto Txus orgulloso no cabía dentro de él. Pero volvamos a la rutina después
de comer y hacer una siesta más larga, se levantaba y se sentaba a la mesa a
hacer “actividades”. Txus le había traído unos libros de preescolar y ella quería
trabajar, hojearlos o dibujar todas las tardes, después nos vestíamos y salíamos
a buscar a Txus hasta la estación de la plaza Venezuela.
En esta rutina transcurrieron los primeros tres años de la vida como
familia. En la medida que Nerea iba creciendo las actividades con su papá se hacían
más sofisticadas, salían a pasear solos, al cine, al teatro o alguna librería y llegaban contándome en detalle lo que habían hecho o lo que habían visto, o mostrándome
entusiasmados el nuevo libro. Todas las
tardes se sentaban a ver y comentar He-man, Thoundercats y los Picapiedras y después,
mientras yo preparaba la cena, jugaban con los muñecos de He-man (Nerea los tenía
casi todos) armaban auténticas batallas y luchas en nuestra cama. Después de
cenar todos juntos (Nerea desde que nació nos acompañaba a la mesa, primero en
el cochecito y después en una sillita alta de bebe) y tener una sobre mesa
larga nos preparábamos para dormir. Txus y Nerea se iban con algún cuento a
nuestro cuarto, y Txus le leía hasta que caía rendida, la cargaba y llevaba a
su cuarto. Así día tras día, año tras año. Hasta que llegó el momento de ir al
preescolar.
He-Man |
Esos primeros tres años de la vida familiar y en general todo el
tiempo que vivimos en Sans Souci eran considerados por Txus momentos
entrañables y totalmente dichosos. Momentos de alegría, momentos en que la
felicidad se acurraba a nuestro lado, en nuestra cama y se dejaba dormir con el
arrullo de nuestras conversaciones o el relato nocturno del cuento preferido y
la dicha era tan palpable que cuando le preguntaban a Nerea si quería un
hermanito ella respondía mirándonos a
los dos “No, somos felices los tres”. Fueron
años lúdicos, hedonistas, años en que Txus, de la mano de su hija, recuperó su infancia robada.
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