Cuando
Txus llegó a la estación de Bilbao, vio que Emilia lo estaba esperando y su
corazón se llenó de alegría, pensó que por fin se iría a su casa, con su
familia. Pero después de los consabidos abrazos y besos. Emilia tomo al niño de
la mano y se encaminaron a Portugalete, población ubicada a 18 kilómetros de
Bilbao. Al llegar a Portugalete caminaron hasta el Palacete del Salto, ese
hermoso edificio que se divisa sobre la colina en la foto. “El Salto” fue donado en 1937
por la condesa de Rodas a la Obra Nacional de Auxilio Social para crear una residencia para jóvenes que se
llamó, formalmente, “Hogar Evaristo de Churruca y Zubiria” pero llamado, por
los jóvenes que allí vivieron, el “manicomio”
Emilia se despidió y lo dejo en ese
lugar desconocido. Lo guiaron hasta un salón donde había un grupo de 30 niños
aproximadamente, todos con caritas asustadas, algunos llorando y entre ellos distinguió
a Zaratxu. Este hogar de auxilio social, fue inaugurado por estos 30 niños,
después con el pasar del tiempo llegarían casi a los 200. Pero los 30 niños
originales crearon lazos, tan fuertes, de
solidaridad, afecto y amistad, que se constituyeron en una única y autentica
familia.
Estos niños convivieron en una
situación adversa y represiva durante muchos años y lo único que los ayudó a
soportarlo fue la solidaridad entre ellos. Se apoyaban, se ayudaban, se protegían
y por encima de todo se querían entrañablemente. Una historia con un
denominador común los unía, habían quedado solos, sus familias se habían desintegrado
con la guerra. Cada vez que Txus nos narraba sus hazañas o las de sus
compañeros de encierro lo hacía con afecto, con admiración, con verdadero
orgullo familiar.
El "Colegio" |
Los primeros tiempos fueron duros
para todos, había un niño que había visto fusilar a sus padres y que atesoraba
debajo de su colchón un bocadillo de chorizo, envuelto en una servilleta grasienta
y sucia y que cada noche a escondidas, tomaba un pedacito, cerraba los ojos y lo
comía, era como si con ese pedacito de pan recuperará lo perdido. Algunos niños
que se hacían pipí en la cama eran paseados por el pueblo con el colchón a la
espalda y con un humillante cartel al frente que decía. “Soy un meon”. Txus
contaba que alguna vez que se hizo pipi, salía sigiloso de la habitación,
para no despertar a nadie, iba al baño y lavaba la sabana, después durante
horas la sacudía hasta que estuviera seca, muchas veces cuando la tendía en su
cama era la hora de levantarse. Pero orgulloso señalaba que nunca lo
descubrieron. Uno de los momentos gratos que atesoraba era la primera navidad,
cuando damas de la sociedad de Vizcaya los obsequiaron con regalos
maravillosos para todos y chucherías que endulzaron por un momento su vida. A
Txus le dieron un Mecano
con el que construyó y creó muchas cosas. Si bien los juguetes eran compartidos en el salón
de juegos, todos reconocían a Txus como el auténtico propietario del Juego.
Siempre me conmovió, cuando contaba,
con lágrimas en los ojos, como durante
un largo tiempo espero la visita de algún miembro de la familia. Todos los
domingos los parientes visitaban a los niños. Durante mucho tiempo se sentó en
la escalera esperando ver una cara familiar, pero fue en vano. Espero, espero
hasta que ya dejo de esperar, Solo su hermano Juan, uno o dos años después, al
salir de la cárcel lo fue a visitar, pienso que debido a esto se consolidó el vínculo
entrañable que los unió durante toda la vida.
Nunca entendí, ni entiendo aún, el
desapego de su familia. Txus siempre los justificó, alegando que lo pusieron ahí
para garantizarle la comida, escasa durante la guerra y postguerra, y la educación,
que sus hermanos estaban presos y que sus hermanas luchaban por sobrevivir. A pesar
de que esta indiferencia lo afectó, nunca pidió, ni le dieron explicaciones.
En
los primeros años este Hogar de Auxilio Social era visitado como el modelo a
seguir, en la batalla ideológica que libró
el régimen franquista contra los vencido. En una reseña de la época del diario ABC se lee:
Pese, a las duras circunstancia, a las historias personales que arrastraban y al régimen militar falangista que regía a la institución, los niños terminaron por adaptarse a la rutina y a la vida del colegio. El lugar era hermoso, las habitaciones confortables, la comida completa y saludable, combinaban las clases con el deporte, se dormían arrullados por el sonido del mar y lo más importante se tenían los unos a los otros.
Un hogar de auxilio social |
Se hacia mucho énfasis en el deporte |