jueves, 25 de febrero de 2016

La Guerra Real



“Los aviones se sentían mucho antes de verse, era un ruido ensordecedor, al escucharlo la gente corría  a esconderse, a protegerse” me contaba Txus. En el pueblo no había refugios, ni metro, ni nada que no estuviera a ras del suelo, muchos corrían a la iglesia esperando protección divina y otros a su hogar, al lugar que siempre les había ofrecido protección. Una vez que dejaban de oír el estruendoso ruido de las bombas, y escuchaban a los aviones cada vez más lejanos, la gente salía y se encontraba con la destrucción, los escombros y la muerte. Los niños con su ingenuidad todavía intacta y su curiosidad nata  salían a buscar "tesoros", removiendo los escombros, buscando casquillos, pedazos de bombas, en ciertos lugares algunos murieron por la manipulación de explosivos que no estallaron al caer, pero que al agarrarlos o moverlos se activaban.


Si ven las fotos de Artzentales se darán cuenta que era un objetivo fácil, al descubierto y aunque no había frente cerca y solo quedaban viejos, mujeres,  niños y algún hombre como el tío Sopas, lo bombardeaban. Esta situación de vulnerabilidad obligó a  la familia en pleno a irse a un pueblo cercano llamado Trucíos o Turtzioz en euskera. La geografía de este pueblo era más escarpada y protegida por montañas, de hecho fue uno de los últimos refugios del gobierno Vasco antes de salir al exilio. Sin imaginar siquiera las consecuencias de esta decisión.  
Una mañana Txus y dos de sus hermanas salieron a jugar, el no recordaba si estaba Pepín, pero por los resultados de los acontecimientos estoy segura que sí. Recorrían este pueblo desconocido, con ese afán de curiosidad y búsqueda que solo los niños tienen y que se pierde con los años. En la casa donde se instalaron se quedaron su madre, la abuela, su cuñada y su Bebe, su hermana de 12 años y su hermana Emilia de 24 años.
De repente empezaron a escuchar los ruidos lejanos que se oían en el cielo y precavidos salieron corriendo en diferentes direcciones. Txus corrió a la iglesia y en ella, acostado en el piso, debajo de un banco, tapándose los oídos con sus manos y llorando por el pánico, escuchaba el estallido continuo de las bombas. Solo cuando las explosiones cesaron y el ruido se hacía más tenue, pensó en sus hermanitas y en su familia. Salió a todo correr de la iglesia y vio a sus hermanas correr hacia él con sus caritas sucias por el llanto y el polvo. Corrieron a su casa con el corazón en la boca y la angustia en el rostro, a lo lejos divisaron la casa en pie, con sus paredes blancas, totalmente entera y los niños intercambiaron una sonrisa de alivio y alegría.
Al irse acercando se dieron cuenta que de la casa salían los vecinos con caras de consternación y llanto. Vieron a su abuela sentada en una piedra cerca del portal y se apresuraron  hacia ella, la llamaron, la increparon y la abuela los miraba con ojos vacíos y una mueca de terror en la cara, no les respondía, no les reconocía, se dieron cuenta que una de sus orejas colgaba a un lado de su cara y que la sangre caía por su rostro y manchaba su ropa. La pobre Sra. María nunca se recuperó del impacto, enloqueció. Emilia su hermana grande, salió de la casa herida ,con el Bebe en brazos lleno de sangre. Los niños trataron de entrar para ver qué pasaba pero no se los permitieron. Emilia los llamó y les contó, con palabras entrecortadas, entre sollozos, que todos los que estaban en la casa habían  muerto. La madre, la hermana, la cuñada, que solo quedaban ellos, Pepín, Juan, el hermano de 14 años, y el tío Sopas, pero que ella se encargaría de cuidarlos y protegerlos.
Txus no recordaba más nada de ese día, no sabía que paso con los cuerpos, no sabía que paso en las siguientes horas, ni en los días sucesivos. Solo recordaba que a partir de ese momento, durante el día se escondían en una cueva oscura y húmeda, que él y sus hermanitas lloraban desconsolados, por le miedo, la tristeza y el hambre,  que el Bebe tenía la cabecita vendada y al poco tiempo murió y que la abuela, en una especie de letanía imparable, solo hablaba de un toro de fuego que había caído del cielo. 
Muchos años después, Emilia le relato lo qué había pasado en aquel dia de 1937. Al escuchar los aviones que se aproximaban y pensando en que la casa podía ser un objetivo fácil, toda la familia decidió trasladarse al granero que había en la parte de atrás, pensaron que era el lugar mas seguro. La abuela preocupada por los niños se asomó a llamarlos, mientras los demás se acomodaban como podían en el granero. Emilia, pensó que sería conveniente buscar comida para el Bebe y salió a la cocina de la casa, mientras ella calentaba la leche y la abuela caminaba en dirección al granero, oyeron el silbido de la bomba cayendo y la explosión inmediata. En un segundo todo era escombros, el granero se había convertido en un amasijo de piedras y madera, solo el llanto del Bebe sobresalía con un aliento de vida. La madre, la cuñada y la hermana habían muerto en el acto, sus cuerpos destrozados habían sido enterradas en el cementerio del pueblo, con prisa y sin identificar, los avatares de la guerra y las bajas de ese dia impidieron un entierro digno. La familia aun no sabe en que lugar fueron enterradas.
Su hermano Federico y la cuñada que murió en el bombardeo el día de su boda 
Hace dos años visité con Txus y su sobrino Casimiro,  el pueblo de Trucíos, fuimos a la casa, a la cueva y hablamos con los vecinos sobre el bombardeo y, a pesar de no haber vivido la guerra,  sabían de esta tragedia, sus padres o abuelos les habían contado lo que ocurrió en esa casa.  Txus tardo más de 50 años  en pasar por Trucíos y tardó más de 80 años en volver a caminar por sus calles y visitar los lugares que cambiaron su vida para siempre. Fue una experiencia dolorosa pero necesaria. Llena de  relatos y llanto, pero necesitaba agarrar a ese nefasto “toro de fuego” por los cuernos y enfrentarse a él.
El 19 de Junio de 1937 las tropas de Franco toman Bilbao al  romper el cinturón de hierro de Bilbao. El gobierno vasco se traslada a Trucíos, después a  Santander y posteriormente a Cataluña. Los nacionales toman Vizcaya. 
Solo ha pasado un año desde que el pequeño Txus se fue al pueblo a refugiarse de la guerra. Tiene 9 años, su madre ha muerto, su abuela está loca, dos de sus hermanos y su pequeño sobrinito también.  Su vida, en apenas 12 meses, se destruyó. No sabe qué va a pasar, dónde va vivir, quién lo cuidará pero todavía tiene destinadas infaustas  sorpresas.

3 comentarios:

  1. Dios, que terrible es una guerra y peor aun si es guerra civil, entre hermanos !!!!!!

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  2. Terrible. Ojalá nunca vivamos algo parecido. Aquí tenemos mucha gente que habla de la guerra como si fuera algo que se produce para arreglar los problemas. Que lejos de la realidad.

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