jueves, 3 de marzo de 2016

Hambre, reencuentro y adiós

Rostros de Hambre
Las condiciones del “colegio” se hacen cada vez más precarias. Han pasado 8 años desde que Txus entró de la mano de Emilia a ese lugar que lo alejó de su familia. Los privilegios de los que gozaron los niños en los momentos iniciales, se han ido desvaneciendo poco a poco. La comida es escasa y el hambre inmensa. Esta situación se agrava más aun al concluir la segunda guerra. Franco, el “neutral” ya no tiene amigos y tardará todavía algunos años en acercarse a los Estados Unidos.  “El hambre en esos años era tan grande, me comentaba Txus, que en la calle no se veían gatos, ni perros y ni siquiera ratas, la gente salía en la noche con un saco a cazar todo lo que se movía”.  Nada se podía desperdiciar se comía todo, incluso las conchas de papas, naranjas y cambures (plátanos/bananas). También me contaba  como por los barrios y pueblos iba un señor que le llamaban “el sustanciero” que iba casa por casa ofreciendo un pedazo de carne atado con un cordel a un palo y por un precio módico lo introducía por un rato en el puchero. Mientras menos cocida la carne más cara pues tenía más sustancia. El hambre intensa, siempre presente, aguijoneando el estómago, fue la compañera inseparable de aquellos años.  
Se acordaba de unas navidades tristes, que pasó en el apartamento de la calle autonomía, con su hermano Juan, solos  los dos, frente a un plato que contenía un solitario huevo frito.
Penurias, esta palabra en desuso, era lo que vivían los españoles en esa época.
Pero a pesar del hambre y la miseria, los alumnos mayores del “colegio” habían recuperado algo valioso que habían perdido 8 años atrás,  libertad.  Ahora que estaban en la escuela de aprendizaje, que ganaban como aprendices alguna peseta podían deambular libremente, entrar y salir, siempre y cuando fueran a dormir y a comer.
escuela de aprendizaje industrial
Txus visitaba el apartamento de la calle autonomía con asiduidad. Emilia y Juan, únicos habitantes del piso,  le contaron lo que había pasado con sus hermanitas. Pacita e Isabel, habían estado internas en un hogar de auxilio social para niñas. Al conocer el lugar donde estaban sus hermanas se trasladó, en cuanto pudo, a visitarlas La alegría de ese reencuentro fue inmensa, aunque apenas si se reconocían, de los niños alegres y despreocupados de antes de la guerra no quedaba nada. Se pusieron al día, se contaron alegrías y tristezas y empezaron a verse cada fin de semana, a reunirse con sus hermanos mayores en la calle autonomía. La familia se había reencontrado aunque no por mucho tiempo.
su hermana Isabel
Pacita y Txus

Sus hermanas reencontradas, su libertad recuperada y aunque  sus zapatos estuvieran agujereados y el hambre presente Txus se sentía feliz.  Pero esta felicidad no duraría mucho.  Al poco tiempo del reencuentro le diagnostican tuberculosis a Pacita, las condiciones duras en las que había vivido afloraron en esta terrible enfermedad y al cumplir los 20 años murió, pero la enfermedad no se detuvo ahí. Un año después le diagnostican tuberculosis también a Isabel, que coincidentemente muere al cumplir 20 años. La felicidad momentánea que significó reencontrase con sus hermanas se disipó en apenas 2 años. Txus me comentaba como trataba de ver a su hermana siempre que podía, como pedaleaba rápidamente, con una bicicleta prestada, para llegar a Santa Marina y poder estar con ella el poco tiempo de vida que le quedaba y como cada vez que la veía la encontraba más pálida, más triste, más cerca de la muerte, pero,  siempre también lo recibía con una sonrisa y afecto en su mirada.
Sanatorio de Santa Marina
Siempre le sorprendió que a pesar del dolor que sintió por estas pérdidas no lloró, como un autómata acompañó a la familia al entierro de cada hermana. Se había habituado a esperar de la vida siempre lo peor y lo que se instaló en su joven mente era la idea fija de que al llegar a los 20 años moriría al igual que sus hermanas. Este temor lo acompañó hasta cumplió esa edad y la sobrevivió.
Tenía 18 años, ya el tiempo en el “colegio” estaba por concluir al igual que sus estudios en la escuela de aprendizaje industrial.
En su corta vida había pasado por experiencias terribles. Experiencia que lo llevaron a pensar que la vida era solo la suma de eventos catastróficos y aunque el futuro le deparaba algo mejor, siempre le asaltaba el miedo de que algo pudiera ocurrir y cambiar para siempre su existencia.
Esos 10 años que pasó en el colegio, le enseñaron la solidaridad, la unión, la camaradería y un afán vital por conseguir y luchar por la libertad. Le quedo el odio al fascismo, al autoritarismo en todas sus manifestaciones. Resultó paradójico para el régimen que de aquellos niños educados en el adoctrinamiento ninguno abrazará sus ideales políticos, la gran mayoría se convertirían en demócratas rabiosos. Lo único bueno que permaneció y para siempre fue la hermandad con sus compañeros, el afecto que los unió durante toda su vida y que aun sobrevive en sus familias. Estos niños perdidos, como los llaman algunos, lograron vencer a sus captores y crearon  lazos irrompibles y nexos más fuertes que la propia familia.

Nota
Si han quedado con ganas de conocer mas sobre la vida en los Hogares de auxilio social los invito a buscar este, libro, yo se lo compré a Txus hace años, creo que ni nos habíamos casado, las condiciones que muestra Giménez son posteriores a las de Txus y los Hogares ya no servían de propaganda al régimen, eran, sencillamente,  auténticos campos de concentración. Pero Txus me decía que se reflejaban muchas de las cosas que vivió.

Esta reseña del país les dará una idea de lo que trata esta novela gráfica 
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/07/23/actualidad/1406135000_840894.html 

y por último si tienen tiempo vean este video "los Internados del Miedo" las condiciones eran iguales en todos los lugares. 





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